El amado de los dioses, Baldr, se había entristecido. Su palacio, el “Salón de amplio y brillante esplendor”, ya no le proporcionaba placer, y Nanna, su esposa, no podía consolarle. Su voz no se oía en la sala del consejo de los dioses. Finalmente, tras sufrir largo tiempo en silencio, confió a Odín y Frigg la causa de su dolor.
Todas las noches, durante mucho tiempo, había sido atormentado por sueños que le decían que el día de su muerte no estaba lejos, que debía abandonar el hogar que tanto amaba, para morar en el inframundo, apartado de todos sus hermanos. Este pensamiento le entristecía tanto que ni las imágenes y los sonidos más alegres podían ahuyentar su melancolía.
Odín convocó inmediatamente un consejo de todos los dioses y diosas y, tras deliberar, enviaron a algunos de ellos a consultar a los gigantes sabios y a otros seres que sabían más del futuro que ellos mismos. Todos dijeron que Baldr debía morir.
Entonces se determinó que a toda criatura viviente, y a todas las plantas y metales, se les exigiera el juramento de no dañar a Baldr. Frigg recibió sus juramentos; y durante días Asgard estuvo atestada de la multitud de seres que acudían a prestar el solemne juramento; hasta que, finalmente, todos habían jurado.
Pero ni siquiera esto satisfizo a Odín. Decidió ir al mundo inferior y buscar allí información sobre el destino de su hijo. Sleipnir fue ensillado; y el Todopoderoso tomó el mismo camino que había recorrido cuando visitó los reinos de Mimir en busca de sabiduría.
De nuevo cruzó el puente celeste, yendo hacia el norte, y pasó de nuevo por el brillante castillo de Heimdall, el vigilante insomne. Pero esta vez Sleipnir lo llevó velozmente a través de la oscura región helada y la sombría tierra de los gigantes de las montañas.
Cuando se dirigía hacia el sur, le salió al encuentro un perro que, evidentemente, venía de la cueva cercana al monte Hvergelmir. El pecho del perro estaba ensangrentado, al igual que su garganta y su mandíbula inferior. Ladró furiosamente a Odín, y aulló mucho después de que éste hubiera pasado; pero el Todopoderoso siguió cabalgando, sin prestarle atención.
En la parte oriental del reino de Mimir, cerca del hogar de Delling, el elfo del amanecer, Odín llegó a un denso bosque que no recordaba haber visto antes.
Sin embargo, el lugar le era familiar, y sabía que un poco más al este se encontraba la tumba de la Vala, también conocida como Völva, pitonisa escandinava, a quien deseaba consultar. Después de penetrar durante un largo trecho en las silenciosas profundidades del bosque, llegó a un muro, más alto que el que rodeaba Asgard.
Sin embargo, Sleipnir no se amilanó ante este obstáculo, y en un instante Odín se encontró en un gran jardín, en medio del cual se alzaba un castillo de singular belleza. Las puertas estaban hospitalariamente abiertas: evidentemente no se esperaban enemigos en este encantador lugar, protegido por bosques y murallas. El Todopoderoso desmontó y entró.
Hombres altos y mujeres hermosas paseaban por el castillo o conversaban en pequeños grupos, y había preparativos como para recibir a algún invitado de honor cuya llegada se esperaba. En el extremo superior de la sala había un trono de oro, y cerca de él bancos, sembrados de anillos y ornamentos; mientras que sobre la mesa el hidromiel estaba listo; pero estaba cubierto con un escudo.
Al entrar Odín, un joven elegante se adelantó, diciendo reverentemente: “¿Eres tú el buen rey, y el sabio, que Mimir nos ha prometido desde hace tiempo? Ya ves que todo está preparado, y tus súbditos te esperan con impaciencia”.
Y Odín respondió: “En verdad soy el rey de un reino justo, pero no vuestro rey. ¿Cuál es el nombre de aquel que ha de gobernaros? “
Y el joven respondió: “Mimir no nos ha dicho su nombre; pero sabemos que vendrá dentro de poco; y será tan noble y tan puro que todos le amaremos y le serviremos con gusto.”
Odín suspiró, pensando en Baldr. Después de hablar un poco con los habitantes del castillo, el Padre de Todos los dejó y salió del bosque.
Al llegar a la tumba de la Vala, Odín entonó una canción mágica, obligándola a levantarse y responderle. Ella se levantó, y con voz mortecina, dijo: “¿Qué hombre es éste, para mí, desconocido, que ha aumentado para mí un curso fastidioso? He sido cubierta de nieve, golpeada por la lluvia y humedecida por el rocío; hace mucho que estoy muerta”.
Odín no dio su verdadero nombre, pero dijo: “Vegtam es mi nombre; soy hijo de Valtam. Dime lo que deseo saber de los reinos de la muerte; desde la tierra te invoco. ¿Para quién son esos bancos sembrados de anillos, y esos costosos divanes recubiertos de oro?”.
Y la Vala contestó: “El aguamiel es para Baldr preparado; sobre la brillante poción hay un escudo; pero la raza Æsir está desesperada. Por obligación he hablado; ahora callaré”.
Entonces Odín habló de nuevo: “No calles, Vala; te interrogaré hasta que lo sepa todo. Aún debo saber quién será el asesino de Baldr; ¿quién matará al hijo de Odín?”.
La Vala dijo: “Hödur enviará allí a su glorioso hermano; él será el asesino de Baldr; él matará al hijo de Odín. Por obligación he hablado; ahora callaré”.
Sin embargo, Odín siguió interrogando a la Vala, hasta que le preguntó algo que revelaba su verdadero carácter; y ella dijo: “¡No eres Vegtam, como antes creí; eres Odín, señor de los hombres! ¡Vuelve a casa, Odín, y alégrate! Nunca más me visitará así el hombre, hasta que haya llegado el Ragnarök, el Crepúsculo de los Dioses”.
Mientras decía esto, la Vala se hundió de nuevo en la tierra. Y Odín cabalgó de nuevo hacia Asgard, poco reconfortado por lo que había aprendido en el mundo inferior.
Continúa en Baldr y el múerdago
Imágenes
“Cada flecha sobrepasó su cabeza” por Elmer Boyd Smith
Autor: Elmer Boyd Smith
Fuente Wikipedia
Licencia: Dominio público
Ilustración de Baldrs draumar. Título: Odín cabalga al infierno
Fuente: Wikipedia
Licencia: Dominio público
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