Cómo surgió el mundo según los aztecas: Los Soles

Página 50 del Códice Borgia. Fuente Wikipedia, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Codex_Borgia_page_50.jpg


Hace mucho, mucho tiempo, antes incluso de que existiera el tiempo, existía Ometeotl, el Dios Dual. Ometeotl fue creado por la unión del dios Tonacatecuhtli y la diosa Tonacacihuatl, el Señor y la Señora de Nuestro Sustento. Así pues, Ometeotl era uno y dos a la vez. Surgieron de la nada, y durante un tiempo fueron todo lo que había en todo el universo, pues aún no se había hecho nada más.


Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl tuvieron cuatro hijos. Era rojo Xipe Totec (el Dios Desollado), dios de las estaciones y de las cosas que crecen en la tierra; negro Tezcatlipoca (Espejo Humeante), dios de la tierra; blanco Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada), dios del aire; y azul Huitzilopochtli (Colibrí del Sur), dios de la guerra. Los niños-dioses vivían en el decimotercer cielo con sus padres. De estos hijos, Tezcatlipoca era el más poderoso.

Juntos, los cuatro hijos del Dios Dual decidieron que les gustaría crear un mundo y unas personas que vivieran en él. Tardaron varios intentos antes de que el mundo llegara a ser como lo conocemos hoy en día, porque los dioses se peleaban por quién debía ser el sol y gobernar la tierra.
El primer intento de creación lo hicieron Quetzalcóatl y Huitzilopochtli. Primero hicieron un fuego, que era el sol. Pero no era lo bastante grande ni fuerte para dar mucha luz o calor, pues sólo era la mitad de un sol.


Después de hacer el sol, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli hicieron un hombre y una mujer. Llamaron a la mujer Oxomoco y al hombre Cipactonal. Los dioses dijeron al hombre y a la mujer qué trabajo debían realizar. El hombre debía ser agricultor, mientras que el deber de la mujer era hilar hilos y tejer telas. Los dioses regalaron maíz a la mujer. Algunos de los granos eran mágicos y podían curar enfermedades o ayudar a predecir el futuro. Juntos, Oxomoco y Cipactonal tuvieron muchos hijos, que se convirtieron en los macehuales, los agricultores que trabajaban la tierra.


Aunque ya había un medio sol, y aunque ya había un hombre y una mujer, los dioses aún no habían creado el tiempo. Esto lo hicieron creando los días y los meses. Cada mes tenía veintiún días. Y cuando habían transcurrido dieciocho meses, esto hacía trescientos sesenta días, y a ese lapso los dioses lo llamaban año.


Después de que hubiera un sol, un hombre y una mujer, y tiempo, los dioses crearon el inframundo, que se llamaba Mictlán. Entonces Quetzalcóatl y Huitzilopochtli crearon otros dos dioses para que gobernaran este lugar. Se llamaron Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, el Señor y la Señora del Mictlan.


Cuando todo esto estuvo hecho, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli crearon un poco de agua, y en ella colocaron un pez gigante. El pez se llamaba Cipactli, y del cuerpo del pez se hizo la tierra.


Oxomoco y Cipactonal tuvieron un hijo llamado Piltzintecuhtli. Los dioses lo contemplaron y vieron que no tenía esposa. En aquella época, había una diosa de la belleza y de las mujeres jóvenes llamada Xochiquetzal (Flor Pluma de Quetzal). Los dioses cogieron parte del pelo de Xochiquetzal y con él hicieron una mujer para que fuera la esposa de Piltzintecuhtli.


Los dioses miraron todas las cosas que habían creado y no estaban satisfechos con ellas, sobre todo con el sol, que era demasiado débil para dar mucha luz. Tezcatlipoca pensó en cómo hacer más brillante el viejo sol, pero entonces se le ocurrió una idea mejor: se convirtió él mismo en sol. Este nuevo sol era mucho mejor que el viejo. Era un sol completo, y daba suficiente luz al mundo que habían hecho los dioses. Éste fue el comienzo de la primera edad del mundo, la edad del Primer Sol.


Los dioses también querían más seres en su nuevo mundo. Crearon una raza de gigantes que sólo comían piñones. Los gigantes eran muy grandes y muy fuertes. Tan fuertes eran estos gigantes que podían arrancar árboles con sus propias manos.


Así que, durante un tiempo, Tezcatlipoca brilló sobre el mundo que habían creado los dioses. Pero después de que este mundo hubiera existido durante 13 veces 52 años, es decir, 676 años, Quetzalcóatl pensó que su hermano había reinado como el sol durante suficiente tiempo. Cogió su garrote y golpeó con él a Tezcatlipoca, haciéndole caer en picado hacia las aguas que rodeaban el mundo.

Tezcatlipoca se enfadó mucho porque Quetzalcóatl hubiera hecho esto. Se levantó del agua en forma de jaguar gigante, y con esta forma recorrió toda la tierra. El jaguar cazó a todos los gigantes y los devoró a todos. Una vez devorados todos los gigantes, Tezcatlipoca volvió a subir a los cielos, donde se convirtió en la constelación del Jaguar (Osa Mayor).


La segunda edad del mundo fue la edad del Segundo Sol.

Era la edad del viento. Quetzalcóatl hizo este mundo, y Quetzalcóatl fue el Sol durante esta edad. Los macehuales vivían en esta edad comiendo sólo piñones. La segunda edad también duró 676 años, hasta que Tezcatlipoca se vengó de su hermano. Tezcatlipoca vino al mundo en una ráfaga de viento tan grande que Quetzalcóatl y los macehuales salieron volando por los aires, aunque algunos de los macehuales escaparon a la ráfaga. Éstos se convirtieron en monos y huyeron a las selvas para vivir.


Una vez completado el tiempo del Segundo Sol, el dios de la lluvia cuyo nombre era Tláloc (El que hace brotar las cosas) se convirtió en el sol y gobernante de la creación, y su edad es la edad del Tercer Sol.

Esta edad duró siete veces 52 años, es decir, 364 años. Durante esta edad, la gente comía las semillas de una planta que crecía en el agua. Pero, de nuevo, Quetzalcóatl destruyó este mundo. Hizo caer una lluvia de fuego y toda la gente se convirtió en pájaros.


Después de que Quetzalcóatl pusiera fin al reinado de Tláloc, entregó el mundo a la esposa de Tláloc, Chalchiuhtlicue (Mujer de la Falda de Jade) para que lo gobernara. Chalchiuhtlicue era la diosa de los ríos, los arroyos y todo tipo de aguas. Fue el Sol durante seis veces 52 años, o 312 años.

Esta era del Cuarto Sol fue una época de grandes lluvias. Llovió tanto y tan fuerte que hubo una gran inundación que cubrió la tierra.

La inundación arrastró a los macehuales (macehualtin), convirtiéndolos en peces. Cuando terminó la inundación, el cielo se desplomó y cubrió la Tierra, de modo que nada pudo vivir en ella.


Los dioses contemplaron el mundo que habían creado y vieron cómo había sido destruido por sus disputas. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca hicieron las paces entre sí y bajaron a reconstruir el mundo. Cada uno de los dioses se dirigió a un extremo del mundo, donde se transformaron en grandes árboles. Con sus poderosas extremidades arbóreas, empujaron el cielo de nuevo a su lugar, y allí lo mantienen todavía.


El dios Tonacatecuhtli, padre de Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, miró hacia abajo y vio que los hermanos habían cesado su lucha y habían trabajado juntos para reparar lo que su ira había roto. Así pues, Tonacatecuhtli dio a los hermanos los cielos estrellados para que los gobernaran, e hizo una autopista de estrellas para que la utilizaran en sus viajes; esta autopista es la Vía Láctea.


Entonces los dioses crearon nuevas gentes para que caminaran sobre la tierra. Una vez que el cielo volvió a su lugar, Tezcatlipoca cogió pedernal y lo utilizó para hacer fuego. Estos fuegos iluminaron el mundo, pues el antiguo sol había sido destruido en el diluvio y aún no se había hecho uno nuevo. Además, no había gente, pues todos los gigantes habían sido devorados y la gente se había convertido en monos, pájaros y peces. Así pues, Tezcatlipoca se reunió con sus hermanos para tomar consejo sobre qué hacer. Juntos decidieron que habría que crear un nuevo sol, pero éste sería un nuevo tipo de sol, uno que comiera corazones humanos y bebiera sangre humana. Sin sacrificios para alimentarlo, este sol dejaría de brillar y el mundo volvería a la oscuridad.

Así pues, los dioses crearon cuatrocientos hombres y cinco mujeres, que servirían de alimento al nuevo sol.
Algunos dicen que Quetzalcóatl y Tláloc querían que cada uno de sus hijos se convirtiera en el Quinto Sol, y que cada uno de estos dioses llevó a sus hijos a uno de los grandes fuegos que se habían encendido. El hijo de Quetzalcóatl había nacido sin madre. El dios arrojó primero a su hijo al fuego, y éste se convirtió en el nuevo sol. Su hijo salió del fuego y se dirigió al cielo, donde sigue hasta hoy.

Tlaloc esperó hasta que el fuego casi se había consumido. Cogió a su hijo, cuya madre era Chalchiuhtlicue, y lo arrojó a las brasas y cenizas incandescentes. El hijo de Tláloc salió del fuego y subió al cielo como la luna. Como el hijo de Quetzalcóatl entró en el fuego abrasador, se convirtió en una criatura de fuego y resplandece con una luz demasiado brillante para mirarla. Pero como el hijo de Tláloc entró en las brasas y las cenizas, su luz es más tenue y su rostro está salpicado de ceniza. Y así es como la noche se dividió del día, y por qué la luna y el sol cruzan el cielo de formas y por caminos diferentes.


Pero otro relato cuenta cómo el dios enfermizo Nanahuatzin se sacrificó voluntariamente para convertirse en el Quinto Sol. Los dioses se habían reunido en la gran ciudad de Teotihuacan para discutir cómo podrían fabricar un nuevo sol que sustituyera al antiguo, que había sido destruido en el diluvio. Uno de ellos debía saltar a una hoguera brillante y elevarse hacia el cielo. Nanahuatzin, dios de la enfermedad, cuyo nombre significa “Lleno de llagas”, se presentó. “Haré esto”, dijo, “aunque mi cuerpo esté enfermo y encorvado, y aunque mi piel esté cubierta de lepra”.
Los otros dioses se rieron de Nanahuatzin. Dijeron: “Tonto. Eres enfermizo y débil. No tendrás valor para saltar al fuego. Deja que otro se convierta en el sol”.


Entonces se presentó Tecuciztecatl (El del Lugar de la Concha). Era un dios riquísimo, bien hecho de cuerpo y bien vestido con toda clase de adornos de oro y plumas. “Haré esto”, dijo, “pues sería mejor que hiciera este sacrificio un dios sano que uno enfermizo”.
Los demás dioses estuvieron de acuerdo en que así fuera e hicieron que se encendiera un gran fuego. Mientras se hacía esto, Tecuciztecatl y Nanahuatzin se retiraron a lugares donde pudieran ayunar y preparar ofrendas para purificarse y así ser dignos de convertirse en el nuevo sol. Tecuciztecatl preparó ofrendas que estaban hechas de las cosas más finas, de jade y plumas de quetzal, y bolas de oro. Las ofrendas de Nanahuatzin eran humildes juncos y espinas del cactus maguey.


A la hora señalada, Tecuciztecatl y los demás dioses se reunieron alrededor del fuego. El dios rico, vestido con sus mejores galas, se acercó a grandes zancadas a la gran hoguera de calor abrasador. Hizo ademán de arrojarse dentro, pero en el último momento se resistió y se alejó. Volvió a intentarlo, pero no se atrevió a lanzarse a las llamas. Volvió a intentarlo, y otra vez más, pero cada vez le fallaba el valor. Tras la cuarta vez, se alejó de la hoguera y de los demás dioses, avergonzado por no haber sido capaz de convertirse en el sol, como había alardeado que haría.


Los demás dioses se preguntaron cómo harían un nuevo sol, ya que Tecuciztecatl no había conseguido saltar al fuego. Pero no todo estaba perdido; Nanahuatzin no había olvidado su oferta de convertirse en el nuevo sol, y también había ayunado y se había purificado para poder ser un sacrificio adecuado. El dios enfermizo dio un paso al frente, vestido con ropas de papel, y caminó directamente hacia el fuego ardiente. Miró fijamente al corazón de las llamas durante un instante, y luego se arrojó al corazón mismo de las llamas.


El pelo de Nanahuatzin estaba en llamas. Su ropa ardía. Su piel crepitaba con el calor de las llamas que lamían todo su cuerpo. Tecuciztecatl vio el valor del enfermizo Nanahuatzin y se sintió profundamente avergonzado. Entonces, él también se adelantó y saltó a las llamas con Nanahuatzin. Un águila y un jaguar también habían estado observando el sacrificio. Vieron el valor de Nanahuatzin y de Tecuciztecatl, y entonces se unieron a los dioses, arrojándose entre las llamas. Por eso las plumas del águila tienen la punta negra, y por eso el jaguar está cubierto de manchas negras. Ésta es también la razón por la que los aztecas crearon las órdenes del águila y del jaguar para honrar a sus guerreros más valientes.


Después de que el águila y el jaguar se arrojaran al fuego, los demás dioses esperaron a ver qué sería de Nanahuatzin y Tecuciztecatl. Lenta, lentamente, la luz empezó a rodear el mundo. Los dioses miraron a su alrededor, preguntándose dónde estaba la fuente de la luz. Entonces, de repente, Nanahuatzin irrumpió sobre el horizonte oriental, cubriendo el mundo con la luz más brillante. Su sacrificio lo transformó del humilde y enfermizo dios-leproso en un nuevo dios-sol: Ollin Tonatiuh, cuyo nombre significa “Movimiento del Sol”.


Pero Tecuciztecatl también había sido transformado por su sacrificio, y poco después de que Nanahuatzin subiera al cielo, también lo hizo Tecuciztecatl. Y ahora los dioses tenían un nuevo problema, pues no había uno, sino dos soles en el cielo, y la luz que formaban juntos era demasiado brillante para que nadie pudiera ver nada. Uno de los dioses cogió un conejo que estaba cerca y lo arrojó a la cara de Tecuciztecatl. El conejo golpeó tan fuerte a Tecuciztecatl que su luz se atenuó. Así fue como se creó la luna, y la forma de un conejo quedó ahora marcada permanentemente en su rostro.


Entonces los dioses se alegraron, pues ahora tenían un sol y una luna. Pero su alegría duró poco, pues Tonatiuh se negó a moverse de su lugar en el cielo hasta que todos los dioses se hubieran sacrificado por él. Los demás dioses se enfadaron y se negaron a hacerlo, pero Tonatiuh se mantuvo firme. No se movería hasta que hubiera bebido la sangre de los demás dioses.


Tlahuizcalpantecuhtli (Señor del Alba), que es la Estrella de la Mañana, dijo: “Detendré a Tonatiuh. Te salvaré de tener que ser sacrificado”. Tlahuizcalpantecuhtli lanzó un dardo a Tonatiuh con todas sus fuerzas, pero falló. Tonatiuh le devolvió el dardo al Lucero de la Mañana, alcanzándole en la cabeza. Esto convirtió a Tlahuizcalpantecuhtli en Itztlacoliuhqui (Obsidiana Curvada), el dios del frío, la escarcha y la obsidiana, y por eso siempre hace frío justo antes de que salga el sol.


Los demás dioses se dieron cuenta de que ya no podían negarse a lo que Tonatiuh exigía. Se presentaron ante él con los pechos desnudos, y Quetzalcóatl les arrancó el corazón con un cuchillo de sacrificio. Una vez sacrificados los dioses, Quetzalcóatl cogió sus ropas y ornamentos y los envolvió en fardos de sacrificio. Estos fardos sagrados eran adorados por el pueblo.


Saciado con la sangre de los dioses, Tonatiuh empezó a moverse por el cielo, y así lo ha hecho desde entonces. Así nació el Quinto Sol, el Sol bajo el cual vive toda la vida hasta el día de hoy. Pero el pueblo sigue ofreciendo sangre y corazones al Sol, para asegurarse de que esté satisfecho y para mantenerlo en su camino sagrado a través del cielo.


Ahora bien, otra leyenda dice que la reconstrucción de la Tierra tras el gran diluvio ocurrió de un modo diferente. Este relato dice que Quetzalcóatl y Tezcatlipoca miraron hacia abajo y vieron que no había más que agua, pero en esta agua nadaba un gran monstruo. El monstruo se llamaba Tlaltecuhtli, que significa “Señor de la Tierra”, aunque la criatura era hembra. Era una cosa gigantesca, con bocas por todo el cuerpo y un voraz deseo de comer carne. Los dioses pensaron que era probable que el monstruo devorara todo lo que consiguieran crear, así que idearon un plan para librarse de Tlaltecuhtli y crear una nueva tierra al mismo tiempo. Así pues, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca se transformaron en serpientes monstruosas. En estas formas, se sumergieron en el agua y atacaron a Tlaltecuhtli. Los dioses se enroscaron en el cuerpo del monstruo y empezaron a tirar de él. Por mucho que Tlaltecuhtli se agitara, no podía escapar de las garras de los dioses. Lentamente, el cuerpo del monstruo empezó a desgarrarse, hasta que finalmente se partió en dos. La mitad superior de Tlaltecuhtli se convirtió en la nueva tierra, y la mitad inferior fue lanzada hacia el cielo para convertirse en los cielos.


Tlaltecuhtli gritó de dolor al ser despedazada. Los demás dioses la oyeron en su agonía y se enfadaron por lo que Quetzalcóatl y Tezcatlipoca le habían hecho, pero no pudieron curar sus heridas. En cambio, transformaron su cuerpo. Sus cabellos se convirtieron en flores, arbustos y árboles, y de su piel crecieron las hierbas. De sus ojos brotó agua fresca en forma de ríos, pozos y arroyos, y su boca se convirtió en las cuevas del mundo. De su nariz surgieron montañas y valles. Pero aunque ya no era un monstruo, Tlaltecuhtli seguía necesitando sangre fresca y carne, por lo que, una vez creado el pueblo, hacían sacrificios para alimentarla. De este modo, la tierra sigue proporcionando todas las cosas que las personas y los animales necesitan para vivir.


Pero los dioses necesitaban primero crear al nuevo pueblo, ya que todas las personas que habían vivido bajo los cuatro Soles anteriores se habían convertido en monos, pájaros y peces, y que los huesos de los que habían muerto se guardaban en el Mictlán. Así pues, los dioses enviaron a Quetzalcóatl a Mictlán para ver si podía recoger los huesos de los que habían sido convertidos en peces.


“Oh Mictlantecuhtli”, dijo Quetzalcóatl, “he venido en busca de los huesos de las personas que fueron convertidas en peces”.
“¿Para qué los quieres?”, preguntó el Señor de Mictlán.


“La tierra fue destruida en el gran diluvio”, dijo Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, “y la hemos reconstruido y hemos hecho un sol y una luna nuevos y un cielo nuevo, pero no hay gente. Queremos utilizar los huesos para hacer gente nueva, pues es bueno que la tierra esté habitada.”
Pero Mictlantecuhtli estaba celoso de todas las cosas que guardaba en su reino. No le importaba que la tierra tuviera gente o no, y no quería que Quetzalcóatl tuviera los huesos. Así que le puso una prueba a Quetzalcóatl.
Mictlantecuhtli entregó una caracola a Quetzalcóatl y le dijo: “Podrás tener los huesos si caminas cuatro veces alrededor de todo Mictlán mientras soplas explosiones en esta caracola”.


Quetzalcóatl pensó que se trataba de un reto fácil de superar, hasta que observó detenidamente la concha. Aún no había sido convertida en trompeta, y no había forma de que emitiera sonido alguno con ella. Pero Quetzalcóatl era amigo de los gusanos. Llamó a los gusanos para que vinieran a hacer agujeros en el caparazón. Quetzalcóatl también era amigo de las abejas. Llamó a las abejas para que vinieran y zumbaran dentro del caparazón para hacer un gran ruido. Y así, Quetzalcóatl pudo superar la prueba que le había impuesto el Señor de Mictlán.


Mictlantecuhtli entregó los huesos a Quetzalcóatl, como le había prometido, pero no tenía intención de permitir que salieran de Mictlan. Mictlantecuhtli ordenó a sus servidores que cavaran una fosa profunda a lo largo del camino que seguía Quetzalcóatl. Ahora bien, Quetzalcóatl sabía que Mictlantecuhtli no era digno de confianza, por lo que se apresuraba a abandonar Mictlan antes de que le quitaran los huesos. Mientras Quetzalcóatl corría por el camino, Mictlantecuhtli envió un pájaro para que volara a la cara de la Serpiente Emplumada y le asustara justo cuando se acercaba a la fosa. Cuando el pájaro voló hacia Quetzalcóatl, éste perdió pie y cayó al pozo. Su caída rompió las espinas del pez en muchos pedazos, y por eso hay personas de todos los tamaños.


Al cabo de un tiempo, Quetzalcóatl se recuperó de la caída. Recogió todos los trozos de espinas y salió de la fosa. Pudo salir sano y salvo del Mictlán, y llegó a un lugar llamado Tamoanchan, Tierra del Cielo Brumoso, un lugar santo y bendito. Quetzalcóatl entregó los huesos a la diosa Cihuacoatl, Mujer Serpiente. Cihuacoatl puso los huesos en su quern y los molió hasta convertirlos en harina fina. Puso la harina de huesos en una tinaja especial, y todos los dioses se reunieron a su alrededor. Uno a uno, los dioses perforaron su carne y dejaron que gotearan gotas de su sangre sobre los huesos. Cuando los huesos y la sangre se mezclaron en la masa, los dioses le dieron forma de personas. Los dioses dieron vida a las formas de masa y las pusieron sobre la tierra para que vivieran.


Y éstas son las historias de cómo surgió la creación, y de por qué vivimos bajo el Quinto Sol, y de por qué la tierra y el sol exigen sacrificios a las personas que viven sobre la tierra bajo la luz del sol.

Notas

No existe un mito unitario azteca de la creación, sino varios relatos variantes sobre cómo surgió el mundo. Uno de los mitos principales es la “Leyenda de los Soles”, que explica la repetida creación, destrucción y recreación del mundo hasta que finalmente adopta la forma que hoy conocemos. Estos mitos también explican por qué el sacrificio de sangre era una parte tan integral de la práctica religiosa azteca; era esta sangre la que mantenía la tierra y el sol en existencia porque los dioses que eran la tierra y el sol exigían sustento de esa forma.

Imagenes:

Página 50 del Códice Borgia.
Fuente: Wikipedia.

Redibujado en base a códices prehispánicos la imagen representa al Sol; self-made Akapochtli; Autor: Akapochtli; Licencia: CC-BY 3.0.
Fuente Wikipedia.

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