Cuando todo era agua, los animales estaban arriba, en Gălûñ′lătĭ, más allá del arco; pero estaba muy lleno, y les faltaba más sitio. Se preguntaban qué habría debajo del agua, y por fin Dâyuni′sĭ, “el nieto del castor”, el pequeño escarabajo de agua, se ofreció a ir a ver si podía enterarse. Se lanzó en todas direcciones sobre la superficie del agua, pero no pudo encontrar un lugar firme donde descansar.
Entonces se sumergió en el fondo y salió a flote con un poco de barro blando, que empezó a crecer y a extenderse por todas partes hasta convertirse en la isla que llamamos tierra. Después fue atada al cielo con cuatro cuerdas, pero nadie recuerda quién lo hizo.
Al principio la tierra era plana y muy blanda y húmeda. Los animales estaban ansiosos por bajar, y enviaron diferentes pájaros para ver si aún estaba seca, pero no encontraron ningún lugar donde posarse y volvieron de nuevo a Gălûñ′lătĭ. Por fin pareció que había llegado la hora, y enviaron al buitre y le dijeron que fuera a prepararse para ellos. Este era el Gran Buitre, el padre de todos los buitres que vemos ahora. Voló por toda la tierra, muy cerca del suelo, que aún estaba blando. Cuando llegó al país de los Cheroqui, estaba muy cansado, y sus alas empezaron a batirse y a golpear el suelo, y dondequiera que golpeaban la tierra había un valle, y donde volvían a subir había una montaña. Los animales de arriba vieron esto, temieron que todo el mundo se convirtiera en montañas, así que lo llamaron para que volviera, pero el país Cheroqui sigue lleno de montañas hasta el día de hoy.
La tierra se secó y los animales bajaron, todavía estaba oscuro, así que cogieron el sol y lo pusieron en una pista para que atravesara todos los días la isla de este a oeste, justo por encima.
Así hacía demasiado calor, y a Tsiska′gĭlĭ′, el cangrejo rojo, se le chamuscó el caparazón de un rojo vivo, de modo que se le estropeó la carne; y los cheroquis no la comen. Los prestidigitadores pusieron el sol otro palmo más alto en el aire, pero seguía haciendo demasiado calor.
Lo subieron otra vez, y otra, hasta que estuvo a siete palmos de altura y justo debajo del arco celeste. Entonces estaba bien, y así lo dejaron. Por eso los prestidigitadores llaman al lugar más alto Gûlkwâ′gine Di′gălûñ′lătiyûñ′, “la séptima altura”, porque está a siete palmos por encima de la tierra. Cada día el sol pasa por debajo de este arco, y regresa por la noche por la parte superior al lugar de partida.
Hay otro mundo debajo de éste, y es como el nuestro en todo -animales, plantas y personas- salvo que las estaciones son diferentes. Los arroyos que bajan de las montañas son los senderos por los que llegamos a este mundo subterráneo, y los manantiales que hay en sus cabeceras son las puertas por las que entramos en él, pero para ello hay que ayunar e ir a por agua y tener a uno de los subterráneos como guía.
Sabemos que las estaciones en el inframundo son diferentes de las nuestras, porque el agua de los manantiales está siempre más caliente en invierno y más fría en verano que el aire exterior.
Cuando los animales y las plantas fueron creados -no se sabe quién lo hizo- se les dijo que velaran y se mantuvieran despiertos durante siete noches, igual que ahora los jóvenes ayunan y se mantienen despiertos cuando rezan a su medicina.
Trataron de hacerlo, y casi todos estuvieron despiertos durante la primera noche, pero la noche siguiente varios se durmieron, y la tercera noche otros se durmieron, y luego otros, hasta que, en la séptima noche, de todos los animales sólo el búho, la pantera y uno o dos más seguían despiertos. A éstos se les dio el poder de ver y de andar en la oscuridad, y de hacer presa de los pájaros y animales que debían dormir de noche. De los árboles, sólo el cedro, el pino, el abeto, el acebo y el laurel estuvieron despiertos hasta el final, y a ellos se les concedió estar siempre verdes y ser los más grandes para la medicina, pero a los otros se les dijo: “Por no haber aguantado hasta el final perderéis el pelo cada invierno”.
Los hombres vinieron después de los animales y las plantas. Al principio sólo había un hermano y una hermana, hasta que él la golpeó con un pez y le dijo que se multiplicara, y así fue.
En siete días le nació un hijo, y después cada siete días otro, y aumentaron muy deprisa hasta que hubo peligro de que el mundo no pudiera mantenerlos. Entonces se dispuso que una mujer sólo tuviera un hijo al año, y así ha sido desde entonces.
Imágenes:
Antiguo gorget de concha, representando una araña, obtenido de un montículo en la isla de Fain, Tennessee.
Fuentes: Thruston, Gates P. The Antiquities of Tennessee, Wikipedia
Licencia: Dominio publico
Referencias:
https://simple.wikipedia.org/wiki/Cherokee_mythology
https://www.northerncherokeenation.com/the-legend-of-the-first-women.html
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